Bien es sabido que en nuestro país la educación escolar es obligatoria hasta los 16 años, ya que es de suma importancia adquirir conocimientos sobre lengua, matemáticas, ciencias naturales, sociales... todo esto para, en un futuro, convertirnos en personas de provecho con trabajos prometedores, pero, ¿Qué ocurre con la inteligencia emocional? ¿Acaso nos enseñan a gestionar los problemas de la vida diaria o nos facilitan estrategias de afrontamiento para solventarlos? Por desgracia, la respuesta es no.
La inteligencia emocional es la capacidad de reconocer y aceptar nuestros propios sentimientos y emociones, de saber gestionarlos para que las situaciones complicadas que van apareciendo a lo largo de nuestra vida (en este caso, de nuestra infancia) no nos sobrepasen.
La infancia es un período crítico no solo para el aprendizaje de habilidades, si no para el desarrollo de la propia personalidad y autoestima. Las experiencias que el niño viva en esta etapa, marcarán en gran medida su edad adulta, forjarán su personalidad y le otorgaran estrategias de afrontamiento para enfrentarse a cualquier dificultad que la vida le ponga de por medio .
Si no trabajamos la ya mencionada inteligencia emocional, correremos el riesgo de que, ante cualquier pequeño problema de la vida diaria, los niños se vean abrumados, no sabiendo como gestionarlo o solucionarlo. Solamente si les entrenamos en inteligencia emocional, podrán alcanzar el bienestar, afrontar las dificultades de la vida y desarrollar una autoestima y personalidad sana.
Aquí es donde entra el papel del psicólogo, que ayudará a los niños (a través del juego, del dibujo y de técnicas asociadas a su edad) a resolver cualquier tipo de problema que les afecte y les enseñará a poner nombre a sus emociones, comprenderlas y gestionarlas.
Este trabajo no se realiza únicamente con los menores, sino que en muchas ocasiones es necesaria la intervención y la ayuda de los padres, que son habitualmente quienes más tiempo pasan con sus hijos. El objetivo del asesoramiento a los padres es siempre el mismo: dotarles de herramientas para que puedan entender y acompañar, de una manera efectiva, a su hijo, el cual atraviesa un momento difícil. También se puede introducir en la terapia a algunos referentes de sus instituciones académicas, como los profesores, para, de esta manera, ofrecer al niño una atención más personalizada y completa, trabajando de manera conjunta y multidisciplinar padres-psicólogos-profesores.